AHORA SI, CHEKEN ESTO…….

Bueno, comenzaré la publicación de mis trabajos pseudoliterarios con este pekeño cuentito….. Puede que algunos ya hayan leìdo esto, así que a ellos y ellas les pediré que me aguanten hasta publicar algo más. Dicho lo cual, a lo que te truje, Chencha. Ahí les va… espero comentarios eh?
 

¿QUÉ HICE MAL?

Tal vez era el agobiante calor humano del metro. Pudo haber sido el tumulto de los ambulantes frente a la Catedral. O quizá el incidente con Lucía; la cuestión era que Oscar estaba muy estresado y necesitaba algo para entretenerse; no lo pensó mucho y decidió visitar el Museo del Templo Mayor aquella tarde, pues no lo conocía. Tras pagar sus respectivos treinta y ocho pesos de la entrada y haber dejado su mochila en el guardarropa, caminó tranquilamente hacia la escalera que indicaba el inicio del recorrido. El olor de salchichas cocidas y la vista de refrescos en hielo le habían abierto el apetito antes de entrar, pero ya era demasiado tarde. Estaba dentro. Y la imagen del hermoso pero molesto rostro de Lucía no se iba de su mente. “¿Qué hice mal?”, pensaba mientras hacía como que leía la explicación. Molesto, un turista norteamericano intentaba leer la traducción en inglés e hizo una seña a Oscar para que se quitara, quien accedió aún inmerso en sus pensamientos.

            La luz y el implacable calor del sol provocaron a Oscar un leve dolor de cabeza que soportó sin preocuparse mucho. Recargado sobre el barandal, veía las esculturas de las ranas en la antigua entrada del templo. Giró su mirada para descubrir cabezas de grotescas serpientes esculpidas en piedra. Un recuerdo acudió rápido a su mente. Se encontraba en la biblioteca leyendo un libro sobre la civilización mexica, cuando una joven se sentó en la misma mesa, frente a él, con un solo libro. Oscar comenzó a mirarla de reojo y la joven le devolvía insinuante sus miradas. Justo cuando la página del libro de Oscar mostraba la imagen de una cabeza de serpiente esculpida, la joven se levantó y se fue. Momentos después se encontraban fuera de la biblioteca. Fue así como conoció a Lucía. “¿Qué hice mal?” seguía pensando.

            Oscar caminaba ahora hacia el museo. Pasaba entre las ruinas y el ambiente se le hacía húmedo, a pesar del tremendo calor seco de la capital. Su vista se nublaba cada paso que daba, pero se sentía más vivo que nunca y seguía caminando como si nada le pasara; el hambre y el dolor de cabeza aumentaban y comenzó ver que las cabezas de serpiente se movían. Se sacudió la cabeza y dejó pasar a una mujer con sus dos hijos, un par de niños gritones y molestos. Oscar sintió deseos de ir al guardarropa. El ambiente fresco del museo lo reanimó en cuanto entró y su ahora excitada mente jugaba con los recuerdos de su último encuentro con Lucía, que aparecieron al ver los cuchillos de sacrificio. La grandeza de los tlatoanis lo envolvía ahora; los dioses le sonreían. Al salir vio que, desde la entrada a la zona arqueológica, alguien lo llamaba con la mano. Al acercarse un poco más, vio claramente a Lucía vestida con un largo vestido blanco. Con una ancha sonrisa, Oscar se dirigió al guardarropa por su mochila. “Una diosa, querida Lucía, ahora eres mi diosa”, pensaba.

            Momentos después Oscar viajaba en el asiento trasero de una patrulla, acusado del homicidio de Lucía Torres Esquivel. Junto a él iba la evidencia, es decir, su mochila. Su contenido: una fotografía de Lucía, una tosca imitación de un cuchillo de pedernal y un corazón humano envuelto en una bolsa de plástico.

            Oscar pensaba en su diosa Lucía vestida de blanco y se preguntaba: “¿Qué hice mal?”

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